2.5.12

(...) La tomó por la cintura y la besó en la boca, un beso audaz, espontáneo, anhelado, sus labios hambrientos sobre los de ella, sus cuerpos se rozaban, sus manos que la exploraban. A lo largo de su vida, Julián había cubierto de besos a muchas mujeres; aquel beso, sin embargo, fue el primero que le sacudió los fundamentos. (...) El beso no la estremeció, ni la pasión que exudaba Julián, ni lo que susurró antes de separarse de ella y marcharse aprisa hacia la calle. Se quedó en medio del corredor preguntándose por qué no lo amaba. En ella no habían florecido las pasiones y delirios que dominaban los párrafos de La dama de las Camelias o los de Amalia; menos aún, los que transmitían los versos de Dante inspirados por Beatrice Portinari, ni los que Petrarca había escrito en honor de Laura Noves. Ella palpitaba y suspiraba por amores ajenos, los que hallaba en las prosas y en los poemas de los libros. Entendía los motivos de la dicha o de la angustia de los personajes; era capaz de vislumbrarse lo que calaba hondo en los espíritus de esos hombres y mujeres. Sin embargo, ella jamás se había sentido así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario